viernes, 21 de febrero de 2014

Campaña: "Señores de Antaño" - Episodio III


20:00 horas, 16 de abril de 1198.
Ciudad de Buda 


Mientras los habitantes de Buda se guarnecían en sus hogares para protegerse del frío y la noche, en la vieja casa del distrito del mercado se reunían cuatro cainitas para planificar un largo viaje que los llevaría hasta los Cárpatos.

Alrededor de una pesada mesa de madera, escucharon con atención a Zaida, la mujer que había acompañado a Juan desde Córdoba y que ahora estaba a su servicio: "Mis señores, tenemos preparados los carros para partir cuando ustedes lo estimen oportuno. Si me permiten, les recomendaría viajar durante la noche, estacionando durante el día en lugares apartados. Para facilitar su defensa y minimizar los riegos ante cualquier imprevisto durante la marcha.

Ante las muestras de asentimiento de los cainitas, la mujer continuó: "Sin embargo, el camino hasta Klausenburg, la única ciudad hasta nuestro destino esta a 10 noches de distancia. Durante el camino será complicado el satisfacer sus necesidades, por lo que sería conveniente llevar el avituallamiento que se pudiera requerir. Así que vuestras excelencias dirán como debemos de proceder.

La conversación se centró en la necesidad de conseguir 'ganado' para alimentarse durante el viaje. Gerhard defendía que podían enviar al grupo de guardias para  secuestrar a algunos individuos, que llevarían amordazados en los portaequipajes de los carromatos. A Michael le pareció una buena idea, pero pensaba que debían de realizar dicha acción momentos antes de abandonar la ciudad, para evitar el posible revuelo por la desaparición de varias personas. Además comentó la posibilidad de adquirir otro carro, y evitar la molestia de compartir espacio con el ganado. Pavlov, que hasta ese momento había estado callado, se adelanto un poco sobre la mesa y añadió con ese tono irónico que solía utilizar: "Amigos, están muy bien esas ideas que comentan, pero ¿no han pensado que sería mucho más cómodo acercarnos hasta el esclavista y adquirir nuestro alimento sin provocar posibles complicaciones?" dijo mientras señalaba a la joven Sherazina que estaba en pie al lado de Michael.

Todas las miradas se volvieron hacia ella y Gerhard le pregunto con desdén: "Mujer, ¿Desde donde os trajeron?". Sherazina con expresión confusa le explicó que desde el norte. El Ventrue repitió la pregunta y obtuvo la misma respuesta incoherente de la esclava. 

Juan acomodó en su silla y levantando la voz recordó que él se había detenido a observar con detenimiento al esclavista y su carga. El templete sobre el que vendían a los esclavos era una carreta con paredes desmontables. Además de que a él le encantaría tener un encuentro con aquella escoria negrera para tratar unos asuntos pendientes.

Desde el fondo del salón, uno de los guardias se acercó y le susurró algo al oído de Zaida. Está, dando un paso al frente, dijo: "Según me acaban de comunicar, los esclavistas visitan la ciudad dos noches seguidas al mes. Si ayer noche pudieron verlos, es posible que estén esta noche también, o que hasta dentro de 4 semanas no vuelvan.

Con todos de acuerdo, decidieron bajar hasta la plazoleta donde la noche anterior se habían encontrado con el esclavista. tras comentarle a los asistentes las compras y preparativos que deberían de realizar la siguiente mañana, se perdieron en la noche.

Tras avanzar por las frías calles adoquinadas, llegaron hasta la plaza, donde apenas un puñado de personas se congregaban ante el esclavista que comenzaba a ofrecer sus mercancías. El enorme negrero asía con una mano la argolla de metal que rodeaba el cuello de un enorme nubio mientras lo ofrecía a gritos a los presentes. 

El grupo avanzó entre la gente hasta situarse frente al carromato. Gerhard se dirigió al enorme esclavista y con la voz propia de los nacidos para gobernar, le dijo: "Me quedo con todo, ¿Cuanto los esclavos y el carro?". Sorprendido ante tal pregunta, el negrero bajo con dificultad ayudado por sus dos secuaces y se dirigió hasta Gerhard.

Pavlov que había subió al templete de un salto, se puso a estudiar con detenimiento la mercancía: "Un anciano, Una anciana, una mujer, una niña y este africano". Dijo señalando finalmente al negro. "¿Vamos a pagar por esto?"


El prisionero africano

La escoria que allí se reunía, comenzó a irse, privada del espectáculo de pujas por los esclavos y la plaza poco a poco se había quedado desierta. El esclavista ante la inquisitiva mirada de Gerhard de le propuso que 3 reales de plata podría ser una oferta justa por todo. "Estas ofendiendo a mis camaradas" le dijo con dureza señalando a Juan de Córdoba. El cual no entendía la conversación y Michael le iba traduciendo.

Pavlov, que hasta el momento había estado entretenido observando a los esclavos, bajó del carro y se encaró con el esclavista. "Creo que nos lo vamos a llevar todo". Su rostro reflejaba unos rasgos deformes, con los pómulos afilados como cuchillas y púas de hueso por la superficie de sus cejas. Había hecho uso de esa capacidad propia de los Tzimitce que les permite moldear carne y hueso como si fuera plastilina. Su rostro era el fiel reflejo de un ser atroz, capaz de asustar al más valiente de los humanos.

El negrero, horrorizado ante la terrible visión que tenía ante sí, cayo al suelo presa de su propio miedo. Sus esbirros, aterrados, salieron corriendo a toda prisa, presa de un pánico incontrolable.

Asumiendo de nuevo su aspecto normal y con una amplia sonrisa, Pavlov se volvió hacia el carro y ordenó a los esclavos que montasen las pareces del carro, que partirían enseguida. Los cautivos, que habían estado ajenos a lo acontecido segundos antes, obedecieron con la sumisión del que se sabe subyugado.

Michael y Juan, intercambiando una mirada maliciosa, se volvieron hacia la dirección por la que habían huido los guardaespaldas del esclavista y se lanzaron por las oscuras calles dispuestos a darles caza.

El brujah hizo gala de una velocidad sorprendente y en apenas unos segundos llegó hasta el callejón en el que se había ocultado uno de los esbirros. Avanzó con determinación mientras el humano le suplicaba por su vida. Agarrándolo con sus poderosas manos, mordió sin piedad el cuello de aquel desgraciado hasta que no quedó gota de sangre en su interior. 

Mientras Michael consumía a este sujeto, Juan corría calle arriba en busca de la otra pesa. Llego hasta el final de la calle, que desembocaba frente a la muralla del distrito del castillo. La tranquilidad de la zona y la ausencia de signos de alarma le hizo pensar que su presa debía de haberse escondido más atrás, habiéndolo pasado por alto.



Bajo con calma la cuesta, poniendo todos sus sentidos en el entorno. Tras unas decenas de metros lo oyó. Fue un gemido casi imperceptible, pero lo suficiente como para mostrarle el camino hasta aquel pecador. Avanzo mientras las sombras se abrían a su paso, los ojos de terror de su víctima pudieron ver como la oscuridad lo rodeaba e iba apresándolo en un abrazo de muerte. Mientras se partían sus huesos oía como el Lasombra le iba citando todos los pecados cometidos durante su escasa existencia: "Robo, asesinato, violación..."

De nuevo todos reunidos en la plaza, Juan arrojó al grasiento esclavista al interior del jaulón que era el carro una vez estaba montado. Y comenzaron la marcha hacia su refugio. Una vez en la vieja casa del mercado, ordenaron modificar el carro de esclavos lo suficiente como para que no fuese reconocido y que lo preparasen para ser remolcado por una de las diligencias. 

Se alimentaron de sus nuevas adquisiciones y una breve charla sobre la planificación del viaje, se retiraron a los sótanos. Seguros en aquellas salas incomunicadas, descansaron hasta la noche siguiente, en la comenzaría su viaje hasta los Cárpatos.

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